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El precio de lo fútil.

             Como en un tic automático sus labios insinuaron por un segundo una sonrisa de satisfacción, casi franca, instintiva, con un dejo delgado a la rutina, al ver como los corazones de la aplicación le llenaban el saco interno de egolatría, a cada hora; en cada momento el número era un narcótico, algo vivificante.      No importaba la playa, ni ese sol que tostó su delicada piel veranos anteriores, ni el ritmo majadero de los efervescentes eventos electrónicos, que antes la llamaban a sumergirse en trances algo temerarios; ahora podía disfrutar de eso más tarde, porque más interesante era ser el centro del universo, ella misma. Pudiendo llegar más lejos y demostrar, cual pavo real, que lo interesante sucedía ahí, en la construcción de su propia vida en una pantalla, en una eterna y sutil manera de cotejarse con otros e indagar entre sonrisas, paisajes, maquillajes, juego de sombras, comida y todo tipo de superficialidades y estandarizaciones estilísticas dignas de lo endeble